El martes 17 de enero, el diario El País publicaba un artículo sobre la inteligencia artificial -«Lo que Sócrates diría a la inteligencia artificial«- basado en una ficción sobre lo que este filósofo pensaría y como confrontaría intelectualmente con una herramienta, digamos sofisticada, de inteligencia artificial. El autor del artículo, Miguel de Lucas, se pregunta en un momento dado qué diría Sócrates 2.000 años después: «Imaginémonos ahora la preocupación de Sócrates al toparse de bruces, dos mil años más tarde, con un Gorgias elevado al infinito…», refiriéndose a la actualidad. Primeramente quisiéramos señalar que Sócrates vivió en el siglo V a. C. (470-399 a. C), esto es, hace más de 2.400 años. Nos imaginamos que el autor conoce sobradamente ese dato, pero si se juzga por lo que dice en este artículo, parece que ignora una cuestión tan significativa sobre el reconocido filósofo como es su ubicación histórica. Sitúa, por otro lado, al sofista Gorgias como el alter ego de Sócrates. No sabemos cuáles son sus fuentes de información para llegar a tal conclusión, pero no parece que Sócrates tuviera esas inclinaciones individualizadas; su trabajo intelectual tendía más bien a tener un sentido coral, hacia el conjunto de la sociedad, y no una orientación individual, salvo que esta fuera útil instrumentalmente para conseguir esos resultados corales. A Sócrates le interesaba la formación intelectual del conjunto del pueblo, no el debate por el debate en el plano individual.

En cualquier caso, al margen de estas precisiones, nos parece necesario reflexionar sobre el interés de El País -y otros medios estrechamente vinculados- a la predicación de las «nuevas buenas» doctrinas del imperialismo. No es para nada inocente, sino que se enmarca en un intento de adoctrinamiento general y planificado de la sociedad, tendente a desmantelar lo que queda de pensamiento racional y de valores morales positivos, y cuya finalidad es desarmar intelectual y éticamente al pueblo trabajador (único sujeto capaz de generar un proyecto de cambio revolucionario) para imponer conceptos que conducen al transhumanismo, el cuál objetivamente impide en el plano ideológico-cultural el avance de cualquier proyecto transformador revolucionario.
«El género humano es la internacional», dice el himno obrero por excelencia. Pero tal cosa se niega con este nuevo pensamiento que impregna como un chapapote a las sociedades occidentales. La humanidad ha pasado, según esas teorías destiladas por el imperialismo, a ser lo peor que hay sobre la faz de la Tierra, el origen de todos los males; si la humanidad desapareciese sería una auténtica bendición.
Con esta pseudoreflexión se elude, se ignora, que la humanidad está compuesta por clases sociales y regida por las leyes de la explotación capitalista y la dominación imperialista. Y que realmente el 1% de la población humana es la que posee la mayoría de los recursos y la que está, en consecuencia, en condiciones de tomar las decisiones más significativas. Se olvidan los apologetas de esa «buena nueva» que la civilización humana ha aportado lo esencial para la mejoría de las condiciones de vida, de la propia humanidad y del conjunto del planeta, como la lucha contra las enfermedades, por poner un ejemplo. Cierto es que ese sector de la humanidad que ahí sigue, responsable del Sistema imperialista/capitalista, ha aportado tremendos desastres y problemas, pero eso no es ni más ni menos que la expresión de la lucha de clases a nivel nacional e internacional.
Si obviamos estas cuestiones, solo nos queda una posibilidad para el análisis de la realidad: la metafísica y el pensamiento mágico, tan de moda entre algunas personas muy significadas de la nueva izquierda. Si utilizáramos esa línea de no-pensamiento para explicar la evolución de las cosas y, lo que es aún mucho más importante, para establecer una estrategia transformadora a favor de la clase trabajadora y la propia naturaleza, estaríamos condenados al fracaso, tal como precisamente está ocurriendo con los que impulsan pseudocambios bajo esas concepciones.
La inteligencia artificial, que desde luego se ha sofisticado y perfeccionado en gran medida en los últimos tiempos, y es de gran utilidad, funciona única y exclusivamente por la acumulación de la información que se le traslada, es decir, por la información acumulada, para lo que cada vez tiene una mayor capacidad. Pueden jugar con pericia una partida de ajedrez, hacer operaciones de cálculo espectaculares en una fracción de segundo, ser útiles para realizar identificaciones faciales y muchas cosas más. Pero la inteligencia artificial tiene una limitación esencial: no puede pensar. Es incapaz de construir conceptos nuevos en su sentido estricto. Y eso, en pensar -y no en hablar- es en lo que Sócrates insistía a todos los que le querían escuchar.

Lo que nos preocupa es la falta de interés -o más bien el abandono planificado por parte de los Estados occidentales- por el desarrollo de la «inteligencia natural», y su sustitución por una actividad puramente propagandística del embrutecimiento y de la mentira a través de todos los medios posibles. Para comprobarlo no hace falta más que poner durante unos minutos cualquiera de las televisiones públicas y/o privadas que funcionan en abierto u otros medios de comunicación (por supuesto, lo que se publica en la mayoría de las redes sociales va en esa misma dirección).
El movimiento popular necesita una auténtica inteligencia colectiva que ninguna herramienta de inteligencia artificial va a satisfacer. Por supuesto que las herramientas de inteligencia artificial pueden ser muy útiles al proceso de construcción de esa inteligencia colectiva natural, utilizando su impresionante capacidad de almacenamiento de datos y memoria.
Una organización de vanguardia revolucionaria es precisamente el instrumento principal para avanzar en la construcción de esa inteligencia colectiva. Hoy, las principales necesidades de la militancia comunera y revolucionaria en general pasan por dotarnos de esa capacidad de inteligencia colectiva que nos permita analizar con rigor y profundidad lo que está ocurriendo, sus tendencias principales de fondo y la comprensión en la mayor medida posible de lo que va a ocurrir en el futuro, y no solo en el inmediato.
En un reciente editorial hablábamos sobre certezas e incertidumbres y hacíamos una reflexión sobre ello, tanto en el campo del enemigo como en nuestro propio campo. Las apreciaciones que se hacían en ese editorial refuerzan su consistencia a medida que el tiempo avanza. El «Gobierno de Progreso» cada día está más preso de sus propias mentiras, considerando que mediante la reiteración las acabará convirtiendo en verdades. Aunque esto nunca ha sido así, en otros momentos históricos pudo parecer que se logró tal cosa; pero los momentos que actualmente vivimos poco tienen que ver con el aparente «efecto milagroso» propio de tiempos pasados. La realidad se encarga rápidamente de corregir las ensoñaciones. Por señalar solo un par de ejemplos trascendentes:
– El primero es la apreciación hecha por el Gobierno de Pedro Sánchez y sus voceros dando por acabado el Procés. Los hechos ocurridos el pasado 19 de enero en Barcelona lo desmienten categóricamente, aunque les queda la opción de ignorarlos, que parece que es por la que han optado.

– Similar consideración se puede hacer sobre los efectos de la guerra de la OTAN contra Rusia desarrollada en territorio ucraniano; según sus cálculos, Rusia y sus aliados más cercanos deberían estar ya en periodo absoluto de descomposición económica, política, institucional y, por supuesto, militar. Desde luego no parece que la situación esté así, y sin embargo los signos de alarma en los Estados occidentales son cada vez más significativos: las movilizaciones cada vez más masivas en diversos países europeos; las movilizaciones y huelgas de diferentes sectores en el Reino Unido; la Huelga General acontecida el jueves 19 en Francia; la dimisión de la Primer Ministra de Nueva Zelanda; etc., son indicadores de que las previsiones que hacían para Rusia y sus aliados se están cumpliendo más bien en los países de Occidente, aquellos que están impulsando y financiando la guerra.
Una de las tareas principales que tiene que afrontar la inteligencia colectiva de un proyecto revolucionario es analizar e interpretar los siguientes eslabones de la cadena con la que se va construyendo ese proyecto de forma dialéctica, es decir, en su confrontación con las fuerzas de la reacción. Sin hacer tales previsiones es imposible obtener victorias. Las “nuevas filosofías” en expansión inducidas por el imperialismo, entre las que destaca el pensamiento queer, tienen muchas cosas en común con la filosofía que “asaltó” los países occidentales a principios del pasado siglo, y que fueron antesala del fascismo político. Estamos en una etapa de diversos neofascismos, aunque se disfracen con una apariencia progre.
La guerra contra Rusia que la OTAN está librando en Ucrania es una expresión clara de lo que decimos. Esa guerra, si no fuera por la financiación del capitalismo internacional, habría terminado hace varios meses y, con ella, también el sufrimiento del pueblo ucraniano. Pero el imperialismo está aún en la idea de que no puede permitir que ese conflicto se salde con una victoria de Rusia y sus aliados en el Donbás, que es la inmensa mayoría de su población. Por eso fuerzan las cosas hasta un punto de grave peligro que, de mantenerse, nos conducirá al abismo. Actualmente parece que tienen dudas sobre el resultado final de ese hipotético conflicto global, por lo que EEUU busca una mayor implicación de toda la OTAN y de otros países del capitalismo internacional que no están en esa alianza militar, como es el caso de Japón o Corea del Sur. El principal sufridor es el pueblo ucraniano, actualmente dirigido por un payaso -con todos nuestros respetos para la gente que ejerce ese oficio- que, en estrecha colaboración con sus auténticos amos, chantajea emocionalmente a la opinión pública internacional. Una vez más exigimos al Gobierno español que se declare neutral en este conflicto.
Izquierda Castellana, 20 de enero de 2023
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