El 24 de marzo de 1976 un golpe de Estado se llevó a cabo en Argentina. La entonces presidente, Isabel Martínez de Perón, era detenida y trasladada a Neuquén. La viuda del General Perón había sido electa vice presidenta el 23 de septiembre de 1973 con la fórmula Perón-Perón, que había ganado las elecciones presidenciales por amplio margen. Ante el fallecimiento del General Perón, el 1 de julio de 1974, Isabel Martínez tuvo que asumir la primera magistratura.
El gobierno de “Isabelita” no cubrió precisamente las expectativas por el cual el pueblo había votado a Perón. La presión de la oligarquía y los partidos de la oposición, más la decepción del pueblo en general, hicieron que la presidenta propusiera adelantar las elecciones para finales de 1976. Pero eso, para el gobierno de EEUU, no era conveniente.
Argentina era el único país en la región que aún mantenía un gobierno democrático. El resto había caído bajo dictaduras cívicos-militares dirigidas desde el Pentágono. La decisión había sido tomada: voltear al gobierno de Isabel lo antes posible. La fecha fue coordinada desde adentro y desde afuera. Así, el 24 de marzo asumió la Junta de Comandantes. Tres canallas la conformaban: el general Jorge Rafael Videla, el almirante Eduardo Emilio Massera y el brigadier Orlando R. Agosti. De esa manera comenzaba el autodenominado «Proceso de Reorganización Nacional», con Videla como presidente y José Martínez de Hoz –el mayor representante de la oligarquía vendepatria y los intereses norteamericanos– como Ministro de Economía.
La dictadura fue cívico-militar. Es falso catalogarla solamente de militar. Fue dictadura genocida cívico-militar y pro imperialista. Las órdenes principales las emitía el Pentágono y la embajada yanqui; el “trabajo sucio” quedó para las fuerzas armadas y de seguridad y el gran negocio para las multinacionales y sus socios nativos. Más de 30 mil desaparecidos fue una de las consecuencias nefastas del gobierno genocida.
El mandato de los Kirchner mucho hizo por la justicia, castigando a los principales responsables del genocidio, pero aún falta mucho por hacer al respecto, fundamentalmente con los directivos de las empresas multinacionales. ¡Ni olvido, ni perdón!