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19/06/22
¿De qué habrán hablado Manuela y Simón hace 200 años?
Por Mónica Saiz Donato

Con motivo de las celebraciones del bicentenario del encuentro entre Simón Bolívar y Manuela Sáenz, el 16 de junio de 1822, me parece pertinente hacer unas humildes notas sobre Manuela, cuyo primer cruce de caminos con el Libertador suele devenir en una historia romántica, eclipsando el carácter eminentemente político de la confluencia de ambos personajes históricos.

Para ello quiero iniciar con las palabras del Comandante Chávez en su texto “Manuela Vuelve”, cuando cita a Ludovico Silva: “Es una verdadera impropiedad y hasta una inequidad histórica (normal dentro de nuestra nefasta afición subdesarrollada, a esclarecer unos valores y oscurecer los otros) asociar y explicar la figura de Manuela Sáenz, tan sólo en referencia a la figura de Simón Bolívar. Antes o después de Bolívar, con Bolívar o sin él, Manuela demostró ser lo que era”. Idea que completa de su propio cuño el comandante Chávez: “Y nadie, me atrevo a agregar yo, supo esto mejor que el mismo Simón Bolívar”.

La verdad es que las circunstancias del encuentro dan más para la historia de una princesa Disney que para una describir una cita revolucionaria: el desfile del ingreso del Libertador a Quito, el ramo de flores que Manuela le acierta desde el balcón, el baile de gala en un salón de familia de la alta sociedad quiteña, nada de eso es mentira.

Pero, tratemos de desbrozar las imágenes novelescas por un momento, sin negar su existencia, y pongamos atención en las circunstancias políticas.

Llegaba Bolívar a Quito, luego del triunfo de las tropas patrióticas en la Batalla de Pichincha, aquella batalla que se había librado con un importante refuerzo de tropas enviadas por el Ejército Libertador del Sur que estaba al mando del General José de San Martín. Era 16 de junio de 2022, pocos días antes de la concreción del encuentro de las dos grandes figuras de América: Bolívar y San Martín, conocido como el encuentro de Guayaquil (26 y 27 de julio), que ha sido tan desgraciadamente tergiversado por las historias oficiales de las repúblicas oligárquicas de nuestros países.

Por su parte, Manuela Sáenz era la única mujer en esa sala que ostentaba el título de Caballeresa de la Orden del Sol del Perú, otorgado por San Martín, en reconocimiento a sus servicios a la causa de la emancipación.

Vayamos para atrás, no en la película de Disney, sino en retrospectiva de la protagonista histórica, una política revolucionaria, llamada Manuela Sáenz, quien desde temprana edad (tenía 24 años para la fecha del encuentro con Bolívar) había trabajado en el ejército patriota en Perú, en lo que se conoce como guerra de zapa, o trabajo de inteligencia, conspirando, como espía, infiltrando las filas enemigas, reclutando nuevos miembros para la causa, agitando políticamente, junto con otras criollas como su amiga Rosa Campuzano (a quien también injustamente se la conoce más como amante de San Martín que como revolucionaria), con cuyo concurso se había logrado que el batallón Numancia desertara de las filas realistas y se sumara al ejército sanmartiniano.

Por tal motivo, considero que habría que agregar al imaginario de lo que pasó esa noche, aunque nadie lo haya contado, la conversación política sobre la situación del Perú, los detalles sobre la experiencia revolucionaria de Manuela Sáenz, una de las protagonistas del encuentro, hechos que constituyen hazañas verdaderamente inconmensurables, considerando el papel que las mujeres tenían en la sociedad colonial, sucesos en los que seguramente estaría interesado Bolívar.

Pero eso no aparece, por dos razones, creo yo, ya esbozadas en párrafos anteriores. La primera, el machismo contribuye a opacar la figura de Manuela antes de su encuentro con Simón Bolívar. La segunda, la ponzoñosa versión de la historia oficial, que pretende dividir a las figuras de San Martín y Bolívar, como si se tratara de dos adversarios, o a lo sumo de dos aliados a regañadientes. Visión que empaña hasta el día de hoy –con honrosas excepciones– la mayoría de los relatos históricos del encuentro de Guayaquil. En realidad, como explicaba el gran historiador Norberto Galasso, ambos libertadores tenían una causa común y una admiración mutua, un proyecto idéntico de unión de nuestros pueblos, razones que hicieron posible la unión de los dos ejércitos.

Eran dos vertientes que se encontraban, las de los ejércitos libertadores del Sur y del Norte de Suramérica, eran las aguas en las que venía navegando Manuela, para proseguir su marcha ahora en las tropas que estaban bajo el mando de Simón Bolívar, aportando con su valentía física e intelectual.

“Yo le di a ese ejército lo que necesitó: ¡Valor a toda prueba! Y Simón igual. Él hacía más por superarme. Yo no parecía una mujer. Era una loca por la Libertad, que era su doctrina. Iba armada hasta los dientes, entre choques de bayonetas, salpicaduras de sangre, gritos feroces de arremetidos, gritos con denuestos de los heridos y moribundos; silbidos de balas. Estruendo de cañones. Me maldecían pero me cuidaban, solo verme entre el fragor de la batalla les enervaba la sangre. Y triunfábamos. Mi capitana –me dijo un indio, por usted se salvó la Patria. Lo miré y vi a un hombre con la camisa deshecha, ensangrentada (…) Pero era un hombre feliz, un hombre libre. Ya no sería un esclavo”. Qué mejor que estas palabras de Manuela para pintarla de cuerpo entero.

Pero volviendo día del primer encuentro con Bolívar, aquel 16 de junio, y conociendo ya el perfil de ambos personajes, pensemos lo siguiente: por más que hubiera mil mujeres más bellas, por más que Manuela no hubiera tenido tan “buena puntería” y no le hubiera dado con el ramo de flores a Bolívar, no había forma que esos dos no se sentaran a hablar de política esa noche.

Me quedo para mí imaginación histórica con aquella escena que nadie cuenta, ya que la mayoría de los historiadores y comentaristas parecen gustar más de los pormenores novelescos. Por mi parte, prefiero quedarme imaginando los rumbos de la conversación política que dio comienzo entre ellos en aquella ocasión. Porque eso fue lo que marcó la relación entre Manuela y Simón de allí en adelante, eso fue lo que hizo distinta esa noche, esa fiesta y ese amor.

Después de todo, Manuela era una gran política revolucionaria, y ya lo había demostrado antes de ese encuentro. Manuela fue aquella mujer que al final del camino, al ver el triunfo de las oligarquías mezquinas, le preguntaba a Bolívar:

“Simón, para qué tanto sacrificio, tanta lucha, tanta sangre por la independencia si el indio aún sigue tendiendo la mano para pedir limosnas».

Tenemos que grabarnos esa pregunta de Manuela, esa pregunta tiene que servir de acicate a nuestras conciencias, para que seamos igual de locos, igual de apasionados por la causa de nuestros pueblos, hasta que nadie se vea obligado a mendigar, ni a pasar hambre y necesidades, en esta tierra fértil, llena de riquezas, a la que dividieron para poder saquear a su antojo los oligarcas e imperialistas de ayer y de hoy.

Por todo eso, creo que hace doscientos años Manuela y Simón habrán hablado de lo mismo que estarían hablando si se hubieran conocido ayer: de las circunstancias políticas presentes, de los planes y estrategias para lograr una Patria Grande unida y enteramente soberana. Una Patria Grande que hoy soñamos socialista, como seguro lo harían ellos si estuvieran aquí y ahora.

Fuente:
Portal Alba

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