Suele considerarse el crecimiento económico, es decir, el aumento de la producción de bienes y servicios, como un indicador de mejoramiento de la economía de un país y de las condiciones de vida de su población.
Eso puede ser cierto, obviamente, pero solo bajo determinadas condiciones, como la redistribución del ingreso en favor de quienes tienen menos recursos, la protección ambiental, entre otras.
El ingreso total generado por la producción se distribuye de cuatro maneras: una parte la captan los dueños de las empresas formales bajo la forma de ganancia o excedente bruto de explotación; otra son las remuneraciones de quienes trabajan en el sector formal de la economía; una tercera es el ingreso mixto (utilidad y remuneración) de quienes laboran en el sector informal y una última parte la capta el Estado bajo la forma de tributos.
En la sociedad capitalista, detrás de las ganancias de las empresas formales hay una evidente minoría de personas, en comparación con los millones de trabajadores y trabajadoras de los sectores formales e informales. Eso es lo que explica que el ingreso se concentre en una minoría.
En países como los de América Latina, donde los Estados suelen tener una carga tributaria pequeña, con algunas excepciones, un crecimiento basado en una distribución tan desigual acrecienta las ganancias de unos pocos y no ayuda a la mayoría de la población.
También debe tomarse en cuenta que si el crecimiento se sustenta en la producción de bienes dañinos para la humanidad, su impacto es negativo, aunque beneficie a unos pocos. Un ejemplo es el de Estados Unidos, que expande su economía elevando sus gastos militares, sobre todo para agredir a otras naciones. Estados Unidos tiene el 4% de la población mundial, pero controla el 38% del gasto militar de los 206 países del mundo, incluyendo los no reconocidos por la ONU.
La producción de armas y ataúdes es parte del Producto Interno Bruto (PIB) de una nación. Pero levantar la economía produciendo esas mercancías genera muertes, heridas, sufrimientos, emigración, destrucción de la infraestructura y la economía de los países agredidos, entre muchos otros males.
Otro aspecto a considerar es si el crecimiento económico afecta al medio ambiente. La sociedad capitalista es expansiva, pues su lógica es la ganancia creciente a través de la acumulación de capital (reinversión). Pero como su expansión se da en una biósfera finita, la vida en la tierra no podrá sostenerse si dicha sociedad se prolonga demasiado, porque el productivismo desequilibra la biodiversidad y destruye los ecosistemas. Como el capitalismo eleva la ganancia y dilapida la energía, va minando constantemente las bases de la existencia humana, es decir, de su propia existencia como sociedad.

De manera que el crecimiento económico no es una variable mágica que expresa necesariamente bienestar. Países con años de elevadas tasas de crecimiento mantienen una pobreza y una exclusión asombrosas, mientras aumenta la fortuna de una minoría opulenta. Ese no es, sin embargo, el caso de China, cuyo crecimiento ha permitido reducir la pobreza y no se basa en los beneficios de las guerras.
En los años 2000-2021, China multiplicó por 15.6 su PIB, el cual pasó de US$1,184 miles de millones (3.7% del PIB mundial) a US$18,463 miles de millones de dólares, equivalentes al 18% del PIB planetario, el segundo del mundo e incluso superior al de la Unión Europea. En esos mismos años, el PIB de Estados Unidos se multiplicó por 2.5% y bajó del 31% al 24% del PIB mundial.
China lidera la producción de miles de bienes, es la primera exportadora mundial de mercancías y de productos finales de alta calidad. También está en el centro de las cadenas mundiales de suministros, es decir, su economía le da un soporte fundamental a la producción a escala planetaria. Su desarrollo técnico y científico es reconocido por todo el mundo y se expresa en todos los campos del saber.

Pero ese elevado crecimiento, que se inició hace casi cuatro décadas, no solo colocó a China en el segundo lugar entre las economías del mundo, sino que le ayudó a sacar de la pobreza a 800 millones de personas en los últimos 40 años, una cifra que equivale al 75% de la reducción de la pobreza mundial en ese período. En 2020 China anunció que había erradicado la pobreza extrema o absoluta, relacionada con la insuficiencia o carencia de alimentos. Lo hizo 10 años antes de cumplirse los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU.
La cantidad de personas que China libró de la pobreza equivale al 10% de la población mundial actual, estimada en 7,800 millones de personas; es casi 4 veces la población actual de Brasil; 2.4 veces la población de Estados Unidos y 1.8 veces la población de la Unión Europea.
Un estudio de la Universidad del Congreso (2020) señala que entre 1981 y 2015 China tuvo la tasa más rápida de reducción de la pobreza que se haya registrado en la historia de la humanidad. Desde entonces el proceso ha continuado y los logros son impresionantes y sostenidos.

Durante décadas, China ha registrado un crecimiento económico continuo y una notable transformación productiva. Incluso en 2020, cuando en la mayoría de los países se derrumbó la economía debido a la pandemia por el COVID-19, la economía China creció 2.3%. Esa sostenibilidad económica se fundamenta en el desarrollo de las técnicas productivas, la modernización y ampliación de la infraestructura física y básica, la mejoría en la productividad laboral y los notables avances en la ciencia, la tecnología y la innovación.
Pero esos avances económicos y científicos no hubieran impactado en la reducción de la pobreza si no hubieran estado acompañados de notables mejoras en los ingresos a la población marginada, en las condiciones laborales y en la dotación de alimentos, viviendas y servicios básicos a millones de personas de escasos recursos.
Hay que añadir, además, que China también contribuye con su cooperación y sus inversiones a mejorar la infraestructura, los servicios, la tecnología, el conocimiento, el empleo y las condiciones de vida de muchas naciones empobrecidas o con niveles de vida altos. Semejante aporte a la humanidad no puede ser ignorado.
Notas:
*El autor es economista dominicano-salvadoreño con 37 años de experiencia en labores de investigación económica y social y docencia universitaria. Es autor de los libros Disputas en el CAFTA, Declive de la Hegemonía de Estados Unidos, Historia Social y Económica de la República Dominicana y La Dictadura de Trujillo. Ha elaborado para la Asociación Equipo Maíz 18 libros de educación popular sobre temas económicos y sociales. Ha impartido cientos de conferencias y publicado alrededor de mil artículos en revistas y periódicos de diversos países.
Fuente: Revista “Mirador Económico Dominicano”. Año 1. No 5. Santo Domingo, D.N., 01-07 julio 2022, de la Asociación Nacional de Economistas Dominicanos (ANED).
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