El 17 de julio de 1566 murió en Madrid Fray Bartolomé de las Casas.
Llamado el “Apóstol de los indios”, Bartolomé conoció como ningún otro los primeros tiempos de la conquista española en el nuevo mundo. Su filosofía era “poblar la tierra firme, sin derramar sangre y anunciar el evangelio, sin estrépito de armas”. Nadie, o casi nadie, le hizo caso. La conquista, fue, la mayoría de las veces, todo lo contrario de lo que propiciaba el fraile. ¿Qué hacer entonces?, ¿cómo frenar las matanzas? Su voz fue simplemente prédica en el desierto.
Pero quedó el testimonio, al menos la denuncia de un hombre que no quiso ser cómplice de la mentira y la hipocresía de los poderosos de su tiempo. Aún hoy suena como una condena eterna para los culpables, la voz cristiana de quién supo defender a los más débiles. Dijo Bartolomé:
“En la isla Española… que fue la primera isla que destruyeron y despoblaron, los invasores tomaron a las mujeres e hijos de los aborígenes para esclavizarlos y maltratarlos; y les quitaron sus alimentos frutos de sus sudores y trabajos…”.
“Los aborígenes comenzaron a entender que aquellos hombres no debían de haber venido del cielo. Algunos comenzaron a esconder sus alimentos; otros a sus mujeres e hijos; otros huían a los montes… Los llamados cristianos los trataban a puños, bofetadas y palos…”.
“Los cristianos con sus caballos, espadas y lanzas comenzaron a matarlos y atacarlos de forma extraña para ellos. Entraban en los pueblos, ni dejaban niños, ni viejos, ni mujeres preñadas, ni paridas que no desbarrigaban e hicieran pedazos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza de un piquete, o le descubría las entrañas. Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas… A otros los ataban o liaban con paja seca y les pegaban fuego y así los quemaban. A otros, y a todos los que querían salvarse, les cortaban ambas manos y las dejaban colgando…”.
Para vergüenza de la humanidad, en España hoy sigue existiendo un rey y una nobleza, herederas de aquella infamia.
Ahora, también hay que decir que, montados al genocidio, otras potencias en disputa con esa España imperial, presentaron una “leyenda negra”, que, si bien existió, no puede ser instrumentalizada para justificar hechos criminales que son de absoluta responsabilidad de la corona de los Austrias y de los Borbones.
Es lamentable ver hoy cómo se ha configurando una red de intelectuales de diferentes tendencias –socialdemócratas, nacionalistas, conservadores–, y de diferentes países, españoles y latinoamericanos, que, con la excusa de denunciar la “leyenda negra”, presentan al período de conquista y colonización de América como una etapa en que los pueblos originarios recibieron plenos beneficios y bondades por parte del invasor.
Sabemos que hoy, España (representada tanto por el PSOE como por el PP), necesitan rearmar el relato sobre la conquista y colonización, a fin de intentar liderar al díscolo bloque latinoamericano en relación a la Unión Europea; y para esto ha comenzado a exhibir una nueva leyenda, la “leyenda rosa o dorada”, donde apoyándose en las exageraciones de la “leyenda negra” pretende ahora vendernos la idea que, gracias a la invasión española, los bárbaros indios americanos pudieron “civilizarse”.
Como muchas ONGs están detrás de grupos indigenistas radicales, con el fin de aislarlos del movimiento popular de masas; otras ONGs están actuando, con mucho dinero de por medio, para instalar el relato complaciente con la monarquía y la partidocracia española. Como decimos en Venezuela: “Ni tan calvo, ni con dos pelucas”.
Así, el pobre Bartolomé de las Casas es atacado no solo por los representantes del conservadorismo y la “historia oficial”, sino también por una tendencia “progre”, que acusa al cura Bartolomé de ser “partidario de la esclavitud”, y por lo tanto todas sus denuncias contra el genocidio quedarían seriamente cuestionadas.
Desde los genuinos intereses latinoamericanos caribeños, honramos la memoria de Fray Bartolomé de las Casas, hombre valiente que supo ubicarse y militar del lado de los humildes, de los explotados, enfrentando con gran dignidad a los más poderosos de esa época.