«Os aseguro que será tan ejemplar el escarmiento de ésta isla, que no quedará uno solo que no sufra el castigo de sus crímenes, ni que conserve la memoria de los hechos sangrientos y terribles que sufrirán ellos y sus familias», decía la misiva del general Morillo “El Pacificador”, tratando de atemorizar a los patriotas margariteños. Sin demora el comandante republicano de la isla, Francisco Esteban Gómez le contesta al altivo español: «La sangre que se ha derramado y que se derramará, emana del íntimo impulso que tiene todo hombre al defenderse de su enemigo y del implacable odio que profesan los margariteños a sus opresores; del entusiasmo que a todos nos anima para sepultarnos entre las ruinas de nuestro país con cuantos objetos poseemos, antes que dejar a la posteridad el confuso lunar de la humillación y vasallaje en el brillante cuadro de nuestras victorias”.
Las tropas españolas, veteranos de las guerras europeas, llegaban a casi tres mil hombres. Los patriotas apenas a mil. El 31 de julio de 1817 se movilizó Morillo teniendo como objetivo ocupar la altura de Matasiete al noroeste de La Asunción. Gómez se adelanta y coloca en la parte baja de la colina a sus efectivos, que contaban con el apoyo voluntario de mujeres, niños y ancianos armados solamente de piedras.
A las 8:30 de la mañana se inicia la batalla. Después de más de siete horas de lucha; el jefe realista con más de seiscientas bajas decide replegarse. El triunfo de los margariteños fue contundente. Los colonialistas se retiraron humillados.
La fe y la moral de los patriotas definieron el combate. Ya decía Bolívar que “… en el orden de las vicisitudes humanas no es siempre la mayoría física la que decide, sino que es la superioridad de la fuerza moral la que inclina hacia sí la balanza política”.