En la Hacienda de Chinameca, del Estado Morelos, en México, el 10 de abril de 1919, Emiliano Zapata fue acribillado a balazos en una emboscada que le tendieron las tropas constitucionalistas.
Cuenta la tradición oral que siendo aún niño, y viendo a su padre llorar porque los hacendados le habían quitado sus tierras, Emiliano se le acercó y lo consoló diciéndole: «padre, cuando yo sea grande haré que se las devuelvan».
La caña de azúcar era el gran negocio para los hacendados de la región. Y éstos, con la avaricia que los caracteriza, cada día aspiraban a poseer más tierra para sus plantaciones. En sociedad con los políticos de turno, los latifundistas pusieron el ojo en las pequeñas parcelas de los campesinos pobres y las tierras comunales. Así comenzó el despojo, y las formas en que procedieron para adueñarse de esas tierras fueron múltiples, aunque la más habitual fue la del plomo sostenido.
Así los hacendados azucareros no sólo arrebataron las tierras a los campesinos pobres, sino que al despojarlos de su fuente de subsistencia, también los obligaron a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario que apenas les alcanzaba para malcomer.
En esa atmósfera de explotación y miseria, Zapata se levantó en armas enarbolando el Plan de Ayala, programa agrarista sintetizado en la consigna “Tierra y Libertad”. Sus tropas de peones rurales, campesinos e indios comunitarios combatieron heroicamente contra Porfirio Díaz y a favor de Francisco Madero, sobre la base de que éste, en la Presidencia de la Nación, cumpliría o haría cumplir la reforma agraria contenida en el Plan de Ayala.
Pero Madero no cumplió y entonces nuevamente, el Ejército Libertador del Sur de Emiliano Zapata tuvo que volver al combate. Así, cayó Madero y al posicionarse Victoriano Huerta en el poder Zapata siguió combatiendo. Tras Huerta y luego de varias vicisitudes asumió el poder Venustiano Carranza, quien tampoco cumplió con las reivindicaciones agraristas, obligando a Zapata a reafirmar su consigna de que “la tierra es para quienes la trabajan” y reavivar el combate…
La intransigencia de Zapata ante la capitulación de unos y otros gobernantes lo ubicó en México y en la esfera internacional como un verdadero revolucionario, fiel a la causa del pueblo que representaba.
La oligarquía mexicana y la prensa mundial entonces, se encargaron de catalogar a Zapata y a sus soldados como simples bandoleros o bandidos. “Bandido no se puede llamar a aquel que débil e imposibilitado fue despojado de su propiedad por un fuerte y poderoso, y hoy que no puede tolerar más, hace un esfuerzo sobrehumano para hacer volver a su dominio lo que antes les pertenecía. ¡Bandido se llama al despojador, no al despojado!”, aclaraba Emiliano a todos quienes le preguntaban sobre su accionar y el de su gente.
El ejemplo de Emiliano Zapata hoy trasciende las fronteras de México y se convirtiéndose en referencia de millones de campesinos pobres de nuestra América que siguen luchando bajo las banderas de “Tierra y Libertad”. Zapata es ya sinónimo de lucha, insurrección y revolución.
Como dice la letra de la canción anónima: “Aquí termina el corrido / de Zapata el general / que defendió con su sangre/ la tierra y la libertad”.
En homenaje a Emiliano Zapata.
Tema: Corrido de la muerte de Zapata
Intérprete: María Amparo Ochoa
Autor: Armando Liszt Arzubide