En 2022 se agravó la situación social derivada de la mayor desigualdad, ya que la inflación, la desaceleración de la economía y la guerra en Europa acrecentaron las ganancias de un núcleo reducido de capitales transnacionales y extendieron la merma de ingresos y riqueza de la mayoría empobrecida de la población mundial. Abundan los datos en ese sentido en los informes de los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), la Organización Internacional del Trabajo (OIT) o la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
Al mismo tiempo, la degradación ambiental se agrava como consecuencia del modelo productivo sustentado en el saqueo de los bienes comunes y la explotación de la fuerza laboral.
De este modo se afecta el metabolismo natural y social y por eso las amenazas del cambio climático, la continuidad de la pandemia o la posibilidad de una conflagración nuclear.
Estas cuestiones definen el momento de la civilización contemporánea y desafían a los pueblos a luchar por otro orden socioeconómico que privilegie la reproducción de la vida y de la naturaleza para las actuales y futuras generaciones.
Estancamiento más inflación y peligro de la vida
La inflación es el fenómeno visible de la crisis capitalista contemporánea y los principales Estados del sistema mundial intentan reducir la suba de precios con políticas monetarias restrictivas derivadas del alza de la tasa de interés.
Es lo que puede verificarse en las políticas de la Reserva Federal de los Estados Unidos o del Banco Central de Europa, vanguardias globales que marcan el rumbo de la política económica de muchos países.
Con esa suba de tasas se inducen procesos de “enfriamiento” de la producción y circulación de bienes y servicios, la desaceleración de la economía o el estancamiento y la perspectiva de escalar en recesión.
Con la recesión económica se agiganta la posibilidad de cierre de empresas y los consecuentes despidos, suspensiones y reducción de los ingresos populares, sean salarios, jubilaciones o variados beneficios sociales de políticas compensatorias de transferencias de ingresos, las que se generalizaron para intentar frenar el conflicto social.
Inflación y desaceleración económica con horizonte de recesión son el resultado fenoménico de la crisis capitalista en 2022.
La continuidad de la pandemia por el Covid-19 y la guerra en Ucrania desde febrero pasado exacerban los problemas coyunturales y estructurales del orden mundial.
Entre los primeros, los coyunturales, destacan los incrementos de los precios de los alimentos y de la energía, que tienen base estructural en la crisis alimentaria y de la energía. En efecto, lo curioso es que el mundo acusa una producción agraria para satisfacer las demandas de 12 mil millones de personas, y habiendo habitantes por ocho mil millones las estadísticas de las Naciones Unidas registran unas 800 millones de personas con desnutrición e insuficiencia alimentaria.
La respuesta es estructural y remite al creciente uso de la producción agraria para satisfacer la insuficiencia energética de un patrón que requiere ser modificado y que se asienta en la explotación de hidrocarburos, con el agravante de impacto destructivo sobre el medioambiente. Leemos al respecto: “Sin naturaleza, no tenemos nada”, afirma Guterres al inaugurar la Conferencia sobre sobre biodiversidad [1].
Agrega la nota que: “El titular de la ONU catalogó a continuación algunos ejemplos de esta destrucción, que van desde la deforestación y la desertificación al envenenamiento del medioambiente por químicos y pesticidas”.
Destaca que: “De esta forma, está degradando la tierra y haciendo más difícil alimentar a la creciente población mundial”.
Continúa el escrito señalando que el Secretario General de la ONU manifiesta que “las corporaciones multinacionales”, de las que dijo están “llenando sus cuentas bancarias mientras vacían nuestro mundo de sus dones naturales” y convirtiendo a los ecosistemas en “juguetes de ganancias”.
Para ser concretos, está claro que el capitalismo privilegia la apropiación de ganancias a costa de la calidad de vida de millones de personas y del propio hábitat.
La humanidad y la naturaleza están en peligro y, como siempre sostenemos, el problema es el capitalismo.
Extensión de la crisis a la política
No solo es una cuestión ambiental o de desigualdad, sino que este 2022 reinstaló la discusión política sobre el rumbo de la sociedad.
A esta altura queda claro que la crisis remite a la complejidad del tiempo histórico y se manifiesta como crisis económica, financiera, alimentaria, energética, ambiental, cultural, política, civilizatoria; y, por ende, convoca a discutir el orden contemporáneo en su complejidad.
Entre otras manifestaciones de la complejidad aparece la confrontación por la dominación y el liderazgo productivo entre los Estados Unidos y China, protagonistas de “guerras” y “diálogos”, de estrategias de alianzas que potencian pugnas de organización del sistema mundial.
De hecho, en este 2022 se produjeron importantes realineamientos globales, inducidos por la guerra en Europa, las sanciones unilaterales de los Estados Unidos, acompañadas por sus socios, especialmente en Europa.
La respuesta articuló a los sancionados en la constitución de un bloque liderado por el poder económico de China. Los resultados de estos realineamientos tienen impacto en un improductivo mayor gasto militar que posterga la orientación de recursos financieros para resolver problemas de la humanidad y de la naturaleza.
Resulta relevante la discusión sobre el rumbo de la sociedad, en donde queda claro que la ofensiva capitalista (neoliberal) originada hace medio siglo en el sur de América bajo genocidas dictaduras militares y afianzadas en la restauración conservadora del Norte, en Gran Bretaña y los Estados Unidos, de Thatcher a Reagan, encuentra hoy límites desde la gran recesión de 2009 y el agravamiento de la pandemia en 2020 y la guerra en 2022.
En rigor, ante la gravedad del momento, dos son las iniciativas en pugna en el ámbito mundial.
Una de ellas remite a la continuidad de la ofensiva del capital que se dirime entre quienes proponen la exacerbación de la liberalización, y otros que sustentan “nuevos pactos sociales”, aun cuando ambas posiciones propugnan reaccionarias reformas laborales y previsionales que suponen viabilizar la ampliación de la explotación y el saqueo.
Desde otro lado, el creciente descontento social estimula la protesta popular y novedosos ensayos de organización y lucha para construir alternativa política que renueve un horizonte con una perspectiva anticapitalista.
Son esas iniciativas cruzadas las que llenan de incertidumbre a la humanidad en este cierre de año. Si en nuestra América se consumó el ensayo de la ofensiva capitalista contemporánea por medio siglo, las luchas de los pueblos en la Región (Haití, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, entre otros) constituyen el anticipo de la recreación de un proyecto emancipador con pretensión global.
Las amenazas de hoy agravan los fenómenos del empobrecimiento de millones de personas, al tiempo que deterioran el hábitat, por lo que el desafío para construir otro mundo posible, de solidaridad y cooperación, con respeto a la vida social y natural, se constituye en el principal problema a resolver de cara a un balance del presente para delinear los desafíos de la humanidad y la naturaleza.