En el episodio que los cronistas españoles bautizarán como la “Noche Triste” (triste para ellos, claro, no para los aztecas), Cuitláhuac, al frente de miles de guerreros derrotaron a los conquistadores expulsándolos de Tenochtitlán. Fue la noche entre el 30 de junio y el 1 de julio de 1520.
Ocho meses antes, Moctezuma Xocoyotzin, hermano de Cuitláhuac, había recibido a los españoles como verdaderos dioses; los había cobijado, colmado de regalos y hasta se había sometido plácidamente al monarca español. Moctezuma se había rendido sin pelear, como le hubiera gustado que lo hicieran los pueblos a los que él había sometido, por ejemplo los tlaxcaltecas o los totonacas que ahora engrosaban las tropas de Cortés.
No hay que eludir el dato de que los aztecas o mexica cobraban tributo a los pueblos que habían sometido, ganándose la animadversión de todos aquellos que ansiaban liberarse de esa pesada carga.
Si bien en un primer momento la nobleza azteca simpatizó con los españoles, pronto el desencanto se generalizó, los conquistadores ya en Tenochtitlán comenzaron a saquear la ciudad, como también comenzaron a abusar de su población.
Buscando una excusa pueril, Moctezuma fue hecho prisionero. Esto generó gran zozobra entre los indígenas y todo desencadenó en caos cuando los españoles asesinaron a una serie de nobles a fin de contener a los más exaltados. La idea de los conquistadores fue eliminar a la clase dirigente mexicalí para así evitar el inmediato enfrentamiento. La consecuencia de este accionar produjo los efectos contrarios a los calculados.
La multitud se alzó, y cuando Moctezuma intentó aplacar a la masa indígenas desacatadas, fue herido por piedras y flechazos que le provocaron la muerte a los pocos días. Este levantamiento fue liderado por Cuitláhuac y terminó en la derrota y huida de los españoles de Tenochtitlán (“La noche triste”)
Si bien las armas españolas eran mucho más poderosas que la de los indígenas, otro factor fue el que decidió la derrota de los aztecas: la viruela. Esta enfermedad hizo estragos entre los mexicalis y el mismo Cuitláhuac cayó rendido ante sus mortales efectos. Los aztecas ahora eran atacados también por esos extraños virus desconocidos en América.
Luego del traspié de los europeos, éstos se reorganizaron y regresaron, poniendo sitio a Tenochtitlán. Los pueblos sometidos por los aztecas se alinearon con los españoles. Cortés deseaba vengar a sus compañeros muertos en la “Noche Triste”; y los indígenas sometidos por los monarcas aztecas liberarse de una vez por todas de ellos.
Cuauhtémoc sucedió a Cuitláhuac, y organizó la resistencia. Intentó ganarse aliados con los pueblos antes sometidos, llegando inclusive a prometerles la eliminación del tributo y el trato de iguales. Pero ya era tarde. Cuauhtémoc también fue derrotado y hecho prisionero.
Tras varios años de cautiverio y siendo torturado salvajemente, el 28 de febrero de 1525 Hernán Cortés ordenó que se lo ahorcara. El conquistador temía que estuviera organizando un levantamiento general desde la prisión.
Cuauhtémoc había aprendido algo que sus antecesores ignoraron. Aquello que el Inca Yupanqui, desde otra civilización autóctona de América siglos después dirá ante las Cortes de Cádiz: “Un pueblo que oprime a otro no merece ser libre”.
Pensamos que el héroe azteca tomó conciencia de esa situación, y más aun viendo como muchos de sus hermanos seguían pasándose a las huestes colonialistas. Seguramente a Cuauhtémoc le debe de haber dolido más ser testigo de esa división que las brutales torturas a que fue sometido.