En agosto de 1814 se produce la insurrección cusqueña contra las autoridades colonialistas. En su proclama se lee: “Cuzqueños… todos sois uno e iguales… empezad ya a operar con denuedo hollando imperiosamente las leyes bárbaras de España, fundaos sólo en la necesidad, en la razón y la justicia, y sean éstas el timón donde gobernéis a un pueblo que no reconoce autoridad alguna extranjera”.
José Angulo asumió el cargo de «Capitán General de las Armas de la Patria». Sus dos hermanos también se sumaron desde el primer momento a la rebelión. Casi todo el bajo clero de la región se encolumnó en las filas revolucionarias. Y gran parte de la población indígena también. El brigadier Mateo Pumacahua sería uno de ellos.
Apenas tres décadas atrás, esa zona del territorio suramericano había sido escenario de la gran insurrección comandada por Túpac Amaru. La represión contra los indígenas había sido sanguinaria, y el miedo todavía hacía efecto entre los pueblos originarios. El cacique de Cincheros, Mateo Pumacahua había sido uno de los principales responsables de la derrota de José Gabriel Condorcanqui “Túpac Amaru” y también de la represión. “Indios contra indios”, había sido la fórmula encontrada por los españoles para frenar la insurrección popular que incendió los Andes a fines del siglo XVIII. Y Pumacahua se había prestado a eso.
Pero había pasado el tiempo y nuevamente el Cusco se pronunciaba contra la opresión colonialista ¿Qué pensaría Pumacahua en esos momentos? ¿Se arrepentiría de haber sido en otra época el verdugo de su propio pueblo? No hay respuestas para este interrogante. Tal vez su propia sangre, vertida al ser decapitado por los realistas, haya lavado en algo la culpa del cacique Pumacahua.
La insurrección fue importante y movilizó a miles de combatientes en las regiones de Cusco, Puno, Huamanga, Andayhuallas, Arequipa y La Paz en el Alto Perú. Triunfos y derrotas se fueron sucediendo, pero al final, transcurrido más de un año de enfrentamientos, los españoles prevalecieron. Casi todos los principales dirigentes revolucionarios fueron ejecutados o murieron en combate. La represión, como 30 años atrás, fue realmente salvaje.
Pero los españoles de ahí en más nunca pudieron controlar la región. Gracias a esa insurrección en todos los rincones del sur peruano brotaron guerrillas patrióticas y revolucionarias. Y diez años después, en el “Rincón de los Muertos”, Ayacucho, vino el general Sucre a poner fin a la canalla colonialista.