La magistral maniobra del cruce de Los Andes había coronado en la victoria de Chacabuco. Era 1818 y bajo las bayonetas del Ejército Unido todo se encaminaba hacia la declaración de la Independencia de Chile.
Sin embargo, las tropas colonialistas aún no estaban totalmente derrotadas. Con la audacia del general Ordóñez, en marzo de ese año, los españoles sorprendieron al ejército patriota en Cancha Rayada, provocando el desbande de las tropas de San Martín y O’Higgins.
Cuando la noticia de la derrota del Ejército Unido llegó a Santiago, el pánico se apoderó de una parte importante de la población. Los sectores aristocráticos, que tras el triunfo patriótico de Chacabuco habían pasado a adherir más decididamente a las ideas independentistas –hasta homenajeado con bailes y tertulias a los oficiales republicanos–, comenzaron a retomar relaciones con las familias godas que se mantenían firmes en su observancia al rey. Quienes unos días antes habían dado muestras claras de algarabía y júbilo, ante el cambio de situación buscaban desconsoladamente a sus conocidos realistas para expresarles su error, confusión y arrepentimiento, como asimismo su inexorable lealtad a la corona.
Mientras esto sucedía, familias menos encumbradas pero poseedoras del dinero suficiente, se agolpaban en el puerto con la esperanza de encontrar algún barco que las trasladasen a otras regiones. Y el sector más numeroso de aquellos que entendían que se avecinaba la revancha realista, comenzaba a preparar sus pertrechos para escapar rumbo a Mendoza, intentando así el peligrosísimo cruce de la cordillera.
El caos se había apoderado de la capital chilena. Si bien algunos valientes patriotas como Manuel Rodríguez se preparaban y organizaban la resistencia, a otros los ganaba la desesperanza. Así, el general francés Miguel Brayer, veterano de las guerras napoleónicas y que pasará a la historia –al menos en nuestra América–, como un simple cobarde y fanfarrón, manifestaba a viva voz ante todos los que lo quisieran escuchar, que “la causa estaba perdida”. Otros difundieron la versión de que San Martín había muerto al igual que O’Higgins, y hasta había quienes juraban haber visto el cadáver del Libertador.
Cancha Rayada había sido el 19 de marzo y apenas cinco días después San Martín y O’Higgins nuevamente se colocaban al frente de sus tropas, reapareciendo en Santiago tras reunir y reorganizar al Ejército Unido. El pueblo celebró este acontecimiento y los pregoneros de la derrota, incluidos algunos patriotas políticamente enemistados con los conductores, reservaron su opinión.
Los preparativos fueron rápidos y precisos. San Martín arengó al pueblo y dispuso todo para el combate. El 5 de abril, en los campos de Maipú se entabló la batalla. Las tropas colonialistas fueron despedazadas por las fuerzas independentistas. “El sol por testigo, la Patria existe y la Patria vencerá”, dijo el general San Martín antes del combate. Y así fue.