En la Guerra del Chaco todos habían sido víctimas, a excepción de las compañías petroleras. Tal vez, lo único bueno que salió de esa carnicería haya sido que muchos militares tomaron conciencia de la triste realidad de los países en que habían nacido.
Uno de esos militares que vivió el “infierno verde” fue Germán Busch. Nacido en tierra chiquitana, en San Javier en 1904, el “héroe de la guerra” llegó a ser presidente de Bolivia. Tenía apenas 33 años.
Durante su breve gobierno (1937-1939) promulgó la Ley General del Trabajo, inspirado en la de la Revolución Mexicana, dictó el Código de Educación, declarando la educación como primera función del Estado, instauró el 2 de agosto como Día del Indio, nacionalizó el Banco Minero de Bolivia y el Banco Central y, como si fuera poco, dispuso el control total de las exportaciones mineras.
El pueblo boliviano lo quiso tanto como tanto lo odió la oligarquía. El “socialismo militar” que había iniciado David Toro parecía profundizarse con Busch. Los enemigos eran poderosos y el presidente no les temía. A tal punto que el escritor Alcides Arguedas, asalariado del magnate del estaño Simón Patiño, recibió un par de trompadas propinadas por el presidente tras haber declarado ser el autor de un panfleto ofensivo. El Arguedas boliviano ya era para ese momento el principal defensor de la “rosca” y de la tesis del “pueblo enfermo”, que consideraba al indio y al mestizo como simples animales de carga.
“… sé que me acechan peligros de todo orden. Afronto serenamente la situación que se plantea y, si en consecuencia de ella, cae mi gobierno, habrá caído con una gran bandera: la liberación económica de mi Patria”, había dicho unos meses antes de “suicidarse”, el 23 de agosto de 1939.
“Los intereses heridos son los responsables de la tragedia. De cualquier manera, por su propia mano o por la de sicarios contratados, lo evidente es que esos intereses lo mataron”, dijo acertadamente el periódico La Fragua años después.