La asamblea de indígenas de Chayanta los había respaldado por unanimidad. Todos estuvieron de acuerdo en realizar el justo reclamo sobre los abusos cometidos. Tomás Katari y Tomás Achú fueron designados por sus pueblos para que los representaran ante el virrey. Solo quedaba viajar a Buenos Aires, cabecera del virreinato del Río de la Plata.
Dado que a los indios les estaba prohibido montar a caballo, bajo penas que podían llegar hasta la muerte, ambos delegados tuvieron que hacer el recorrido a pie. Fueron casi 2.500 kilómetros de caminos sinuosos, donde fueron ayudados por distintas comunidades indígenas y criollos pobres, tanto con alimentos, abrigo y sitios para el descanso.
Las denuncias fueron contundentes: el español Blas Bernal había usurpado el puesto de corregidor que legítimamente le correspondía a Katari, y desde esa posición aprovechaba para robar, tanto a los indígenas como a la Real Hacienda. El Virrey Vértiz los escuchó y prometió investigar el caso, pero cuando Katari y Achú regresaron con muchas esperanzas a su comunidad fueron encarcelados.
A causa de esta injusticia la comunidad, armada con palos y herramientas de trabajo, se rebeló y ambos indígenas fueron liberados, exigiendo además la baja de los impuestos y el cese de la mita (trabajo forzoso en las minas). Los españoles prometieron atender estas solicitudes.
Pero una vez más las autoridades españolas hicieron caso omiso a los reclamos populares. Cuando Tomás Achú se presentó ante el corregidor reclamándole su falta de palabra con respecto al tema de la mita, la respuesta fue dos tiros de muerte. Los indios entonces se levantaron y mataron a todos los españoles del lugar, solo el Corregidor logró huir. La insurrección se había desatado.
Las autoridades españolas pidieron la captura de Tomás Katari “vivo o muerto”, ya que lo acusaban de ser el jefe de los sublevados. El 15 de enero de 1781 –otros afirman que fue el 8 de enero–, a través de engaños, un grupo de españoles capturó a Tomás y, atándolo de pies y manos, lo desbarrancó al abismo de la cuesta de Chataquilla.
La insurrección ya había comenzado en todos Los Andes; Túpac Amaru se había levantado en noviembre de 1780 y en marzo lo haría Túpac Katari en el Alto Perú. Tomás Katari fue parte de esa gran rebelión que sacudió el sistema colonial hasta sus cimientos y cabe destacar que se esposa, Kurusa Llawi, continuó la lucha con las armas en la mano liderando una fracción importante que se sumó al levantamiento de Tupac Katari y Bartolina Sisa.
El anarquista Antonio Ramón Ramón pudo pegarle algunas puñaladas al general Silva Renard. El atentado fue en Santiago de Chile el 14 de diciembre de 1914, casi siete años después de la Matanza de Santa María de Iquique. El general no murió, pero las consecuencias de la herida lo llevarían a la tumba unos años después. Antonio trataba así de vengar a su hermano, obrero de las salitreras, asesinado en Santa María de Iquique.
La masacre fue durante el mes de diciembre de 1907. Los obreros y sus familias se habían movilizado a Iquique a presentar un petitorio que contenía una serie de reivindicaciones laborales. Las condiciones de trabajo de los obreros del salitre eran infrahumanas y los niveles de explotación lindantes con la esclavitud. No era la primera vez que reclamaban. En varias ocasiones se habían llevado adelante medidas de fuerza, pero nunca habían prosperado. Las empresas, en su mayoría inglesas, no cedían ante la demanda de los trabajadores.
Entre diez mil y doce mil trabajadores se movilizaron esa vez, muchos lo hicieron con sus familias. Había chilenos, bolivianos, peruanos y argentinos. Todos ellos se alegraron y festejaron cuando llegó una comitiva del gobierno central para negociar. Pero junto con la comitiva llegaron también tropas militares. El general Silva Renard estaba al mando de los soldados.
En un primer incidente los militares dispararon y mataron a un grupo de obreros. Al siguiente día, cuando los trabajadores procedían a velar a sus muertos, la orden fue tajante: desalojar inmediatamente la escuela donde se habían alojado los movilizados y volver al trabajo. Los obreros se negaron. Mientras tanto los cónsules de Perú, Bolivia y Argentina llamaban a sus compatriotas a acatar la orden. La respuesta también fue tajante: “con los chilenos vinimos, con los chilenos morimos”.
A las 15:30 del 21de diciembre comenzó la matanza. Los obreros fueron rodeados en la escuela Santa María, y allí fueron acribillados a balazos. Las ametralladoras no respetaron ni a mujeres ni a niños. Las cifras hablan de entre 2.000 y 3.600 muertos.
La sangre de los obreros latinoamericanos algún día tendrá que ser vengada. Antonio Ramón Ramón algo hizo y es meritorio, al menos dejó una clara señal.
Nota: Luis Advis compuso la Cantata a Santa María de Iquique, que se grabó en 1968 y se hizo muy conocida por el grupo chileno Quilapayún.
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