El 16 de septiembre de 1810, el pueblo mexicano comienza su larga lucha por la independencia. Desde la ciudad de Dolores, en Guanajuato, el cura Miguel Hidalgo y Costilla y los capitanes Ignacio Allende y Juan Aldama, llamarán a la insurrección popular, a deponer al Virrey y a combatir su autoridad. El estandarte es la imagen de la Virgen de Guadalupe y el programa es de revolución social.
Miles de indios campesinos, jornaleros, mineros, peones, esclavos, artesanos y pobres en general se levantarán en armas ante el “Grito de Dolores”. La explotación colonial llegaba a su fin, y la Nueva España aristocrática, de blasones y escapularios, estallaba en pedazos.
“Príncipe de los malditos insurrectos” era como denominaban los peninsulares a Hidalgo; “Generalísimo de América” era el título que le daba el pueblo sublevado. Los hacendados, los dueños de minas y plantaciones, la aristocracia de abolengo, el alto clero y los funcionarios peninsulares temblaban ante el avance de las tropas populares. ¡Herejes!, era el grito de acusación de los obispos que eran a su vez los representantes de la Iglesia terrateniente. ¡Enemigos de Dios, del Rey y de la Religión!, sentenciaban a viva voz los hasta entonces dueños de todo. ¡Castigo ejemplar para los insurrectos!, pedían los ricachones mientras se armaban para defender sus propiedades.
Pero Hidalgo y sus comandantes eran inflexibles. Y entre combate y combate, el Generalísimo de América, esgrimía la pluma, y decretaba la abolición de la esclavitud otorgando a los «dueños de esclavos» un término de diez días para liberarlos, so pena de muerte a quien transgrediera dicho artículo. Y de igual manera abolía los tributos y exacciones que pesaban sobre los indígenas y castas pobres.
Más tarde otro cura, José María Morelos decretaba: “Deben considerarse como enemigos de la nación y adictos al partido de la tiranía a todos los ricos, nobles y empleados de primer orden, criollos y gachupines, porque todos estos tienen autorizados sus vicios y pasiones en el sistema y legislación europea”. Y planteaba expropiar a todos los enemigos del pueblo y de la Patria, para levantar así, una Nación independiente y con justicia social.
Por las mismas razones, cien años después, los herederos de Hidalgo y Morelos, se levantarán en armas al mando de Emiliano Zapata y Pancho Villa. La lucha hoy continua.
DON MIGUEL HIDALGO
Por José Luis Orozco