Nació en la ciudad de Santa Fe el 10 de enero de 1930. Francisco Urondo fue titiritero, periodista, novelista, libretista de televisión, guionista de cine, dramaturgo, ensayista, académico y fundamentalmente poeta. Como él bien dijera una vez “la vida no es una propiedad privada, sino el producto del esfuerzo de muchos”.
Hombre comprometido con su tiempo, Paco fue militante, un militante revolucionario. Se incorporó a las Fuerzas Armadas Revolucionarias FAR, y cuando éstas se fusionaron con la organización Montoneros, fue uno de sus cuadros de dirección. “Empuñé las armas porque buscaba la palabra justa”, sostenía el poeta y guerrillero urbano.
El 17 de junio de 1976, en Guaymallén, Mendoza, fuerzas de seguridad mataron a Paco. La dictadura militar oligárquica transitaba sus primeros meses en el poder, y las desapariciones, asesinatos, torturas y detenciones formaban parte de la cotidianidad de los argentinos:
“Abatieron en Mendoza a un delincuente subversivo. Usó como escudo a un niño”, así titulaba la prensa local la noticia sobre el asesinato de Paco y la desaparición de su esposa.
La realidad del enfrentamiento fue muy distinta.
Ese 17 de junio, Paco se dirigía a un encuentro con un compañero. Hay que tener presente que Montoneros estaba en plena clandestinidad y estos contactos se hacían esporádicamente a fin de intercambiar información y directivas.
Urondo manejaba un automóvil Renault 6. Lo acompañaban Alicia Raboy, su compañera, la hija de ambos, Ángela, de apenas 11 meses y una militante de la organización de nombre Renée Ahualli, más conocida como “la Turca”.
De pronto se dieron cuenta de que les habían “tendido una cama”, habían sido delatados y la policía comenzó a perseguirlos en varios vehículos disparando sobre ellos.
Cuando Paco advirtió que era imposible huir de sus perseguidores frenó el auto y le avisó a sus acompañantes que ya había tomado la pastilla de cianuro, para que aprovecharan a salir corriendo mientras él las protegía a balazos. Vale aclarar que los guerrilleros solían llevar una pastilla de cianuro para tomarla en caso de estar a punto de ser apresados por las fuerzas de seguridad, evitando así, con la muerte, la posibilidad de delatar a otros compañeros o planes y datos de la organización.
“La Turca”, herida en las piernas, pudo huir milagrosamente con la ayuda de un vecino. Alicia solo recorrió unos metros y fue atrapada por los policías, figurando luego dentro de la lista de desaparecidos. La bebita sería recuperada más tarde en la Casa Cuna de la ciudad por la familia materna.
Paco fue asesinado a culatazos en la cabeza por uno de los agentes de policía. En octubre de 2011, en el juicio a los agentes de seguridad que cometieron el asesinato, se pudo saber que Paco no había tomado la pastilla de cianuro, como le había dicho a sus compañeras, sino que simuló hacerlo para cubrir la retirada de Reneé, su hijita y la Turca. Un acto digno de mención y admiración.
Como homenaje al militante y poeta, trascribimos dos poesías de su autoría.
LA VERDAD ES LA ÚNICA REALIDAD
Del otro lado de la reja está la realidad, de
este lado de la reja también está
la realidad; la única irreal
es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien
si pertenece al mundo de los vivos, al
mundo de los muertos, al mundo de las
fantasías o al mundo de la vigilia, al de la explotación o de la producción.
Los sueños, sueños son; recuerdos, aquel
cuerpo, ese vaso de vino, el amor y
las flaquezas del amor, por supuesto, forman
parte de la realidad; un disparo en
la noche, en la frente de estos hermanos, de estos hijos, aquellos
gritos irreales de dolor real de los torturados en
el angelus eterno y siniestro en una brigada de policía
cualquiera
son parte de la memoria, no suponen necesariamente el presente, pero
pertenecen a la realidad. La única aparente
es la reja cuadriculando el cielo, el canto
perdido de un preso, ladrón o combatiente, la voz
fusilada, resucitada al tercer día en un vuelo inmenso cubriendo la Patagonia
porque las
masacres, las redenciones, pertenecen a la realidad como
la esperanza recatada de la pólvora, de la inocencia
estival: son la realidad, como el coraje y la convalecencia
del miedo, ese aire que se resiste a volver después del peligro
como los designios de todo un pueblo que marcha hacia la victoria
o hacia la muerte, que tropieza, que aprende a defenderse, a rescatar
lo suyo, su
realidad.
Aunque parezca a veces una mentira, la única
mentira no es siquiera la traición, es
simplemente una reja que no pertenece a la realidad.
LA VIDA PARA QUE NADA SIGA COMO ESTÁ
En el revuelo, debajo de los primeros terrones,
vengo a ofrecer la inutilidad
de mi derrota, abrir el desquite,
sobre la muerte (esa pre-dicción, gritar)
una victoria abierta como el pasado que vendrá
como mi vida que no me pertenece
en tanto que es ajena –otros se han apropiado,
a otros se la debo- y común al grueso del destino.
Esa memoria, concertadora de la persona, esa
signadora del porvenir que espera con los brazos
abiertos; esta vida que salta sobre mis espaldas
para seguir su juego y su rango deja
atrás la fatalidad enterrada también,
como los virreyes,
como el egoísmo insepulto, conjurado
en la soledad, porque la vida –lo he visto- depende
de un hilo conductor y generoso, cierra
los circuitos cortos, ovala los huevos inútiles
En las criaturas del sol que salta, la maravilla
esconde las uñas, acaricio
a los animales preferidos del universo intacto,
el esplendor de la piel del metal
que suelta los truenos de la imaginación,
los alimentos
devorados para la buenaventura
Y la historia de la alegría no será
privativa, sino de toda la pendencia
de la tierra y su aire, su espalda y su perfil, su tos y su
risa. Ya no soy
de aquí; apenas me siento una memoria
de paso. Mi confianza se apoya en el profundo desprecio
por este mundo desgraciado. Le daré
la vida para que nada siga como está.